Gestaciones

20.03.2023

Escribí mi primera novela mientras gestaba a mi primera hija. Corregí el manuscrito en los meses siguientes, en esos felices momentos en que Lila no me necesitaba para existir. La recuerdo dormida o embelesada con el móvil de cuna o dejándose divertir por su papá, y me recuerdo a mí con la novela impresa y con el lápiz, tachando y reescribiendo según los consejos de Neil Gaiman, cuyas clases virtuales también miraba en mis ratos libres.

Fue raro. Me di cuenta sola y me lo dijo todo el mundo: la gestación y el puerperio no suelen llevarse bien con la escritura. Y si me acuerdo de todo esto es porque acá estoy otra vez: gestando a mi segunda hija mientras escribo mi segunda novela.

¿Es raro? Sí, lo es. Sobre todo porque en estos cuatro años escribí cuentos exclusivamente y no pude, por más que lo intenté, avanzar con las ideas de largo aliento. Pero ahora que la excepción se me hizo norma, me animo a pensar que quizás no es raro, que puede tener sentido.

¿Cómo no escribir novelas en la gestación y el puerperio? ¿Qué otra cosa voy a escribir? Si, en el fondo, son lo mismo: una cocción a fuego lento; la certeza de avanzar sin saber; la resignación a perder el control en cuanto lo habías encontrado; el desdoblamiento, la sensación de vivir al mismo tiempo en cuerpos distintos y en mundos paralelos.

Una astróloga me dijo una vez que me preparara para tener mellizos, que aparecían de forma muy marcada en mi carta. Quizás fue ese comentario el que me hizo pensar como mellizas a Lila y a Gala, la protagonista de mi novela. Lila y Gala. Gala y Lila. Por las dos sentía un amor profundo y una tremenda responsabilidad.

Ahora crece Luna dentro mío e Irupé fuera, en las páginas que escribo. Ojalá el universo me regale, otra vez, un par de mellizas.